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viernes, 16 de enero de 2009

GENEROSO ANFITRIÓN


POR CATÓN
En la mesa del café un músico estudiaba la partitura de cierta complicada obra atonal. Tan concentrado estaba en el estudio que al sentir ganas de ir al pipisrum llevó la partitura consigo, y la siguió leyendo mientras hacía lo que debía hacer. El tipo que estaba al lado ve aquello y le pregunta muy intrigado: “Perdone la curiosidad, maestro: ¿no sabe usted mear lírico?”... Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, estaba soñando. En su sueño vio que de pronto se abría la puerta de su cuarto y entraba un hombre joven, alto, robusto y guapo. “¡¡Cielos! -le dice en el sueño Celiberia al apuesto galán-. ¿Qué me va usted a hacer? ¿Me va a hacer el amor con ternura? ¿Me va a violar? ¿Me va a matar?”. En ese momento, aún soñando, la señorita Celiberia escuchó su propia voz que le decía: “¡¡Pos tú escoge, indeja! ¡Es tu sueño!”... En una fiesta cierta impertinente mujer asediaba a un sacerdote preguntándole con insistencia qué pensaba acerca del celibato sacerdotal. Harto ya de la tenacidad de la mujer el padre se decidió a contestarle. “Mire, señora -le responde-. Voy a decirle lo que pienso del celibato: al acostarme por la noche lo lamento; pero cuando me levanto le doy las gracias al Señor por él”... Le dice un señor a otro: “Los animales hacen a veces cosas realmente conmovedoras. Mi hijo tiene un perro. Día tras día lo acompañó a sus clases en la universidad, hasta que ya no pudo ir con él”. “¿Le prohibieron que lo llevara? -pregunta el amigo. “No, -responde el señor-. El perro se graduó primero”... Me porté bien seguramente, el caso es que Diosito bueno me hizo ir otra vez a Veracruz. Fui allá invitado por Julio Saldaña, que conoce y ama como pocos todo lo veracruzano, y que a más de llevarme y traerme por doquier me hizo degustar las sabrosísimas viandas que el Puerto regala a México y al mundo. Naturalmente estuve en “La Parroquia” -200 años cumple ese cálido y alegre corazón jarocho-, y ahí saludé a mi amigo Felipe Fernández Ceballos, generoso anfitrión que cuida con esmero ese preciado patrimonio que a todos los mexicanos pertenece. Pródiga es la naturaleza en Veracruz. Hablando de su tierra decía una señora cordobesa: “Aquí se mea un diabético y sale un cañaveral”. Yo, habitante de los desiertos coahuilenses, me emborracho en Veracruz de verde. Muy bien quisiera yo que esa riqueza natural fuera también riqueza humana, y que todos los habitantes del hermoso estado encontraran en su solar nativo el modo de ganar el pan, de modo que no tuvieran que dejar su patria chica para ir a otras tierras. Viajo a ciudades fronterizas y oigo decir del número tan grande de veracruzanos que ahí viven, tantos que a veces hasta organizan su propio carnaval, simultáneo al que en el Puerto se celebra. Desde luego la casa está donde se gana el pan, pero tan bella casa es Veracruz que sin haber nacido en ella yo la añoro, y siempre estoy queriendo regresar a ese lugar querido. Digan, pues, todos los veracruzanos lo que Agustín cantaba: “Algún día hasta tus playas lejanas tendré que volver”... El padre Arsilio acertó a pasar por la plaza del pueblo en horas avanzadas de la noche. Entre los arbustos oyó jadeos, apasionados murmurios, deliquios suspirantes, acezos y ayes de voluptuosidad. Detúvose, fue a investigar, y vio que sobre el césped estaban en pleno trance de concupiscencia Afrodisio, hombre dado a toda suerte de salacidades, y Pirulina, muchacha generosa que a nadie negaba lo que de Natura gratuitamente recibió. “Hijos míos -les dice consternado-, los exhorto a evitar estos actos de fornicación”. Sin dejar de hacer lo que hacía le contesta Afrodisio: “Quizá los siguientes los podamos evitar, señor cura. Por lo que hace a éste tendrá que perdonarnos: ya va muy avanzado”... FIN.

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