El análisis, aunque sea superficial, de la historia de la Semiótica, esclarece y subraya la importancia del papel del signo en la totalidad de la experiencia humana.
Al parecer, la importancia del signo alcanzó su formulación sistemática en el mundo latino medieval, a partir de San Agustín (c. 397 d.C.). Fue, en efecto, Agustín de Hipona el primer pensador que enunció la idea de signum como un instrumento o medio universal para efectuar la comunicación de cualquier tipo y a cualquier nivel. Cierto que la terminología semiótica es casi toda de origen griego, pero entre los griegos el rasgo dominante es la división casi dicotómica entre σημείον/naturaleza y σύμβολον/cultura: el signo pertenecería al mundo de la naturaleza; el símbolo, al de la cultura.
Por tanto, san Agustín es quien pone las bases de una semiótica general o doctrina de los signos (doctrina signorum), donde éstos son el género del cual las palabras y los síntomas son especies. En la noción de signo de san Agustín aparecen claramente el elemento sensible y el elemento abstracto de todo signo: el primero es perceptible; el segundo, imperceptible (pero pensable). El elementos sensible o vehículo se llamará signas y el elemento abstracto se llamará signatum (lo cual corresponde a nuestros conceptos de significante y significado).
Desde aquí lo común será ver al signo como una realidad bifacial o bifásica (o biplánica): todo signo consta de significante (elemento concreto) y significado (elemento inteligible). El nombre de “semiótica” se atribuye a JohnLocke (en su Ensayo sobre el entendimiento humano, 1690).
Ferdinand de Saussure estableció también para el signo la dualidad significante-significado, pero sin explicar a fondo cómo se da el proceso de significación: sin explicar cómo el signo designa a los objetos o a otros signos.
Charles Sanders Peirce pensó en la completa autonomía de lo ideal/mental con respecto a lo real/natural y establece que: en primer lugar, el signo es una relación triádica o “tricotómica”, pues consta de a) representamen (lo que provoca el proceso de eslabonamiento), b) el objeto (mediato o dinámico) y c) el interpretante (el efecto que el signo produce). El interpretante está siempre en relación paradigmática con otro signo, es decir, el interpretante es siempre un signo que tendrá su interpretante, y así sucesivamente, porque un “signo no es un signo si no puede traducirse en otro signo en el cual se desarrolla con mayor plenitud” (Ducrot, 1996: 105). En otras palabras: un signo (representamen) es aquello que para alguien representa un objeto (el referente) y crea en la mente de ese alguien un signo equivalente (interpretante). El signo significa porque se pone en lugar de lo que significa, lo representa, es decir, todo signo cumple una función mediadora (interpretante). Este interpretante debe entenderse como una modificación que se produce en el pensamiento (de una comunidad humana) gracias a un signo que es percibido. Todo signo debe considerarse siempre dentro de un sistema operante de signos.
El signo, pues, el signo es cualquier objeto o acontecimiento que evoca otro objeto o acontecimiento. Tenemos como constantes el estímulo (que evoca), el objeto (que es evocado) y el proceso de la significación (o representación). También se ha definido el signo como una posibilidad de referencia de un objeto o hecho presente a un objeto o hecho no presente: relación de referencia entre dos términos conexos. Por eso todo procedimiento cognoscitivo ha sido considerado como un procedimiento significante, es decir, sin significación no hay conocimiento. Signo es aquello que, al ser conocido, nos hace conocer otra cosa.
Referencias:
DEELY, John (1996): Los fundamentos de la semiótica, UIA, México, pp. 269-288.
DUCROT, Oswald y Tzvetan Todorov (1996): Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, 18ª ed., Siglo XXI, México, pp. 104-109.
Al parecer, la importancia del signo alcanzó su formulación sistemática en el mundo latino medieval, a partir de San Agustín (c. 397 d.C.). Fue, en efecto, Agustín de Hipona el primer pensador que enunció la idea de signum como un instrumento o medio universal para efectuar la comunicación de cualquier tipo y a cualquier nivel. Cierto que la terminología semiótica es casi toda de origen griego, pero entre los griegos el rasgo dominante es la división casi dicotómica entre σημείον/naturaleza y σύμβολον/cultura: el signo pertenecería al mundo de la naturaleza; el símbolo, al de la cultura.
Por tanto, san Agustín es quien pone las bases de una semiótica general o doctrina de los signos (doctrina signorum), donde éstos son el género del cual las palabras y los síntomas son especies. En la noción de signo de san Agustín aparecen claramente el elemento sensible y el elemento abstracto de todo signo: el primero es perceptible; el segundo, imperceptible (pero pensable). El elementos sensible o vehículo se llamará signas y el elemento abstracto se llamará signatum (lo cual corresponde a nuestros conceptos de significante y significado).
Desde aquí lo común será ver al signo como una realidad bifacial o bifásica (o biplánica): todo signo consta de significante (elemento concreto) y significado (elemento inteligible). El nombre de “semiótica” se atribuye a JohnLocke (en su Ensayo sobre el entendimiento humano, 1690).
Ferdinand de Saussure estableció también para el signo la dualidad significante-significado, pero sin explicar a fondo cómo se da el proceso de significación: sin explicar cómo el signo designa a los objetos o a otros signos.
Charles Sanders Peirce pensó en la completa autonomía de lo ideal/mental con respecto a lo real/natural y establece que: en primer lugar, el signo es una relación triádica o “tricotómica”, pues consta de a) representamen (lo que provoca el proceso de eslabonamiento), b) el objeto (mediato o dinámico) y c) el interpretante (el efecto que el signo produce). El interpretante está siempre en relación paradigmática con otro signo, es decir, el interpretante es siempre un signo que tendrá su interpretante, y así sucesivamente, porque un “signo no es un signo si no puede traducirse en otro signo en el cual se desarrolla con mayor plenitud” (Ducrot, 1996: 105). En otras palabras: un signo (representamen) es aquello que para alguien representa un objeto (el referente) y crea en la mente de ese alguien un signo equivalente (interpretante). El signo significa porque se pone en lugar de lo que significa, lo representa, es decir, todo signo cumple una función mediadora (interpretante). Este interpretante debe entenderse como una modificación que se produce en el pensamiento (de una comunidad humana) gracias a un signo que es percibido. Todo signo debe considerarse siempre dentro de un sistema operante de signos.
El signo, pues, el signo es cualquier objeto o acontecimiento que evoca otro objeto o acontecimiento. Tenemos como constantes el estímulo (que evoca), el objeto (que es evocado) y el proceso de la significación (o representación). También se ha definido el signo como una posibilidad de referencia de un objeto o hecho presente a un objeto o hecho no presente: relación de referencia entre dos términos conexos. Por eso todo procedimiento cognoscitivo ha sido considerado como un procedimiento significante, es decir, sin significación no hay conocimiento. Signo es aquello que, al ser conocido, nos hace conocer otra cosa.
Referencias:
DEELY, John (1996): Los fundamentos de la semiótica, UIA, México, pp. 269-288.
DUCROT, Oswald y Tzvetan Todorov (1996): Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, 18ª ed., Siglo XXI, México, pp. 104-109.
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