FALLACI, Oriana (2004):
La fuerza de la razón.
El Ateneo,
Buenos Aires,
tr. de José Manuel Vidal,
332 pp.
“Soy una
cristiana atea” (p. 223).
Oriana Fallaci
Esta obra de Oriana Fallaci pretende ser una llamada urgente para que prestemos atención a los que ella llama los “enemigos de nuestra civilización”. Se refiere al avance de la ola musulmana en Europa. Se refiere, principalmente, al terrorismo que los siervos del Islam han promovido y llevan a cabo contra Occidente.
El Profeta del Islam, Mahoma, nació en la Meca ca. 570. Pertenecía a la familia de los Hashim, que hacía remontar sus orígenes hasta Abraham. Alrededor del año 610 Mahoma tuvo su primera revelación, a partir de la cual se constituye el primer grupo de mulsulmanes (muslim: el que entrega su alma a Alá).
El Corán es el libro sagrado que los musulmanes deben recitar. Consta de 114 capítulos (suras o suratas). Está escrito en prosa rimada. Se compuso probablemente entre el 612 y el 632. Analizando el contenido del Corán, se puede descubrir que Mahoma no hizo sino “fundir, alterándolos a menudo y revolviéndolos de manera confusa, elementos judaicos y cristianos del dogma, del culto y de la moral, más algunas reliquias del paganismo árabe.”[1]
No se puede decir que la violencia y el fundamentalismo procedan directamente del texto sagrado musulmán. Pero es un hecho que esas actitudes son promovidas claramente por los creyentes del Islam, y sobre todo por sus jerarcas. Para ellos, la guerra está inscrita no en la naturaleza humana, sino en la vida misma. Su actitud dogmática, o más bien fanática, hace imposible que alguien pueda expresar nada contra su fe.
“Porque si dices lo que piensas sobre el Vaticano, sobre la Iglesia Católica, sobre el Papa, sobre la Virgen, sobre Jesucristo, sobre los santos, no te pasa nada. Pero si haces lo mismo con el Islam, con el Corán, con Mahoma o con los hijos de Alá, te conviertes en racista y xenófobo y blasfemo y culpable de discriminación racial” (p. 32).
Mientras el Islam despliega su fuerza por todo el mundo, las democracias occidentales se repliegan por temor a parecer autoritarias o represivas. “Mientras Europa se convierfte cada vez más en una provincia del Islam, una colonia del Islam” (p. 39). Desde el 711, año en que los musulmanes cruzaron el estrecho de Gibraltar y se apoderaron de Portugal y España, su oleada invasora no ha cesado. Bajo el mito de la convivencia pacífica, el Islam soguzgó a España por ocho siglos.
Hoy los musulmanes constituyen el grupo étnico y religioso más prolífico del mundo. Este fenómeno es promovido por la poligamia y porque el Corán ve en toda mujer un vientre para dar a luz. La fertilidad islámica es un tabú que nadie se atreve a desafiar. En el último medio siglo los musulmanes han crecido un 235 por ciento (una tasa de crecimiento de entre 4.6 y 6.4 por ciento por año. Con la política del vientre, el Islam lleva adelante el expansionismo musulmán. Mientras que en cada generación los musulmanes se duplican, la población europea con sus políticas anticonceptivas se reduce a la mitad. En Europa la tasa de crecimiento se está aproximando a cero.
En lo político, el Islam es profundamente antidemocrático. “El Islam es una teocracia. La teocracia niega la democracia. Ergo, el Islam está contra la democracia” (p. 65). En manos de esa teocracia, la religión sirve para mantener a los fieles en la ignorancia, privados del conocimiento, con su intelecto agonizante. En el totalitarismo teocrático son los hombres de Dios los que mandan, no los hombres de pensamiento. Los asuntos de Dios y los asuntos del César son la misma cosa.
“He aquí la verdad que los dirigentes siempre han silenciado incluso ocultado como un secreto de Estado, la mayor conjura de la Historia moderna. El más miserable complot que a través de los timos ideológicos, las suciedades culturales, las prostituciones morales, los engaños, nuestro mundo haya producido jamás. Hay la historia de los banqueros que han inventado la farsa de la Unión Europea, de los Papas que han inventado la fábula del Ecumenismo, de los facinerosos que han inventado la mentira del Pacifismo, de los hipócritas que han inventado el fraude del Humanitarismo. Hay la Europa de los jefes de Estado sin honor y sin cerebro, de los políticos sin conciencia y sin inteligencia, de los intelectuales sin dignidad y sin coraje. La Europa enferma, en definitiva. La Europa que se vende como una prostituta a los sultanes, a los califas, a los visires, a los lansquenetes del nuevo Imperio Otomano. Eurabia, en definitiva” (p. 165).
Así se ha dado, cada vez con mayor fuerza, la islamización de Europa. Incluso se han llegado a reivindicar los orígenes islámicos del judaísmo y del cristianismo, lo cual es absolutamente falso. Los árabes han llegado a presentar a Abraham como profeta de Alá y no como padre de la estirpe de Israel; a Jesucristo como un pre-Mahoma fallido. Nadie ha osado contrariarlos.
Algunos orientalistas pro-árabes han llegado a sostener la absoluta superioridad del Islam: la influencia ejercida por los árabes en Occidente –dicen– fue el primer paso para liberar a Europa del Cristianismo. A éste se le presenta como una realidad nefasta, oscura y retrógada, auque todos sabemos, eso sí, que sin el Cristianismo no es posible entender la evolución de Occidente. Atribuir al Islam los méritos de Averroes y Avicena sería como atribuir a la Inquisición los méritos de Galileo. El Islam ha sido siempre enemigo de la razón.
Un aspecto muy conocido del Islam es el trato denigrante hacia las mujeres, a quienes se les obliga a respetar al hombre como a su dueño. Las mujeres, en general, no son libres; es incluso probable que sean consideradas “inferiores” a ciertos animales de utilidad para el trabajo o para el trueque.
¿Y qué decir de la aberrante práctica la la infibulación? Ésta es una práctica común que los musulmanes imponen a las niñas para impedirles que, una vez en edad madura, puedan disfrutar de su sexualidad. La infibulación es un eufemismo para designar lo que nosotros simplemente llamaríamos mutilación o castracion femenina.
Hasta aquí se han expuesto algunas de las principales ideas de Fallaci en torno a lo que ella llama la islamización de Europa.
A continuación se expondrán algunas líneas fundamentales sobre lo que podríamos llamar “la fe” de Fallaci. ¿Es o no Oriana Fallaci una creyente? Si lo es, ¿cuál es su fe?
Nuestra autora se define a sí misma como una “atea cristiana”. No cree en lo que la mayoría denominamos con el término Dios. Para ella, Dios ha sido creado por el hombre, no a la inversa. El hombre, en su impotencia y soledad, ha creado a ese ser superior al que llama Dios. La divinidad personal no es otra cosa que un constructo humano para dar una respuesta al misterio de la existencia, para suavizar las dramáticas preguntas que la vida nos arroja a la cara: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?
“Pienso que lo hemos inventado también por la debilidad, es decir, por miedo a vivir y a morir. Vivir es muy difícil, morirse siempre es un disgusto, y la ayuda de un Dios que ayuda a afrontar ambas empresas puede proporcionar un alivio infinito: lo entiendo bien. De hecho envidio a los que creen. A veces hasta me siento celosa. Nunca, sin embargo, hasta el punto de madurar la sospecha y por lo tanto la esperanza de que Dios exista” (p. 224).
En el discurso que sustenta al Cristianismo Fallaci ve un himno a la razón. Ella cree que donde está la razón hay posiblidad de elegir, y donde hay posibilidad de elegir está la libertad. Por eso, también cree que el Cristianismo, y más en concreto la doctrina del Jesús histórico, es un himno a la libertad. El discurso del Cristianismo es, pues, el de Cristo, no el elaborado por las Iglesias Católica, Ortodoxa o Protestante.
“Y, junto al discurso sobre la Razón, la idea de la Vida que no muere es el punto que más me convence” (p. 227)
Para Fallaci no hay duda de que el Cristianismo es la revolución del Alma. Todas las revoluciones que han llegado después son deudoras de la revolución traída por Jesús de Nazareth.
“El cristianismo ha sido la mayor revolución que jamás haya realizado la humanidad. Ninguna otra se le puede comparar. Respecto a ella todas las demás parecen limitadas” (p. 228).
Según las mismas palabras de Fallaci, ella cree en un mundo de la razón:
“Pertenezco a un mundo civilizado, racional. Un mundo que reconoce el libre albedrío. Un mundo que en el centro de la Ética sitúa la Conciencia, el sentido de responsabilidad, el respeto hacia el prójimo, aunque sea un prójimo que no vale un pepino…” (p. 285).
Por último, la advertencia sobre el peligro de renunciar al pensamiento: no podemos continuar en el declive de la inteligencia, sea ésta individual o colectiva. Debemos esforzarnos en razonar, en pensar por nosotros mismos. Es preciso que renunciemos a las decisiones ya tomadas, a los pensamientos ya confeccionados. Nada está más indefenso, nada es más manipulable y moldeable que un cerebro atrofiado.
“Y para sobrevivir nos hace falta la Razón. El raciocinio, el sentido común, la Razón. Por eso esta vez no apelo a la rabia, al orgullo, a la pasión. Esta vez apelo a la Razón…: hay que reencontrar la Fuerza de la Razón” (p. 329).
[1] MARTÍNEZ, José Luis (1988): Persia y el Islam. Colecc. El mundo antiguo, t. V, S.E.P. México, p. 104.
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miércoles, 30 de julio de 2008
LA FUERZA DE LA RAZÓN
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